Cada luna llena se proponía vaciar de lágrimas las copas a punto de colmar.
Pero la luz del satélite la acababa cegando.
Y vuelta al blanco exento de sombras.
O vuelta al negro sin albor.
Cada 21 de Diciembre, con el solsticio de invierno, se concedía mimarse.
Pero la niebla del amanecer la hacía sentirse encogida.
Y vuelta a la vivencia del olvido.
O vuelta a la muerte del recordar.
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