Hablaba al margen de los axiomas tiempo y lugar. Dijo algo de una "obscenidad difunta". Fue lo único que retuve. Luego asentí, como si siguiese el hilo del monólogo. Pero andaba inmersa en algo distinto: cómo iba a haber muerto la obscenidad de nadie ni de nada si todo lo que nos rodea se compone, por mínimo que sea el porcentaje, de ella? En este universo [de]formado con el paso de las eras hay pocas cosas (elementos, personas, discursos, gestos, intenciones, objetivos, disparos, besos...) que no broten por, no sean o no se diluyan por la concupiscencia, la deshonestidad o la impudicia. "Obscenidad difunta"...aunque no deja de ser un oxímoron sabroso al oído y flexible al filosofar: afirmar que la obscenidad de algo o alguien ha llegado a su fin sería equivalente a confirmar que la podredumbre se ha volatilizado en los corazones actuales; o a sostener que el vacío no existe; o a creer que el odio es el antagonista del amor. Cerré mi ausencia mental momentánea acordándome de Giordano Bruno y su reflexión "El odio del contrario es el amor del semejante: el amor de esto es el odio de aquello. Así pues, en sustancia, es una cosa misma odio y amor".
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