Me fascina la sonrisa cómplice con la que me respondes cuando, discretamente, te invito a sexo --con un guiño pícaro y chacotero-- en lugares públicos.
Me fascina el calor que aportas a mi frío carácter: tu calor físico, tu calor vocálico, tu calor temperamental.
Me fascina tu mirada de sabueso cuando resigues mi feminidad como si quisieras memorizar cada poro de mi piel para luego masturbarte en silencio cuando te de la espalda; para pensarme cuando no me puedas sentir.
Me fascinan tus firmes manos que al tocarme se debilitan (y tiemblan como la llama de la vela que siempre tengo encendida para no sentirme tan sola si no estoy contigo), parece que se derritan como hielo en el café de las mañanas.
Me fascinan tus ojitos de obtuso cuando me desnudo y acaricio tu espalda con mis pezones cortantes; y el modo en que tu piel, sin pedirte previamente permiso, se eriza.
Me fascinas como me fascina un domingo de lluvia.
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