PIENSA EN VERDE

jueves, 26 de enero de 2012

Auto-Biografía completa



Nací en un contexto favorable.
Crecí con lo que comúnmente es conocido como una buena educación.
            Aunque el concepto cojea.
Mi infancia no fue más que lo que mis padres quisieron que fuera.
No fue más de lo que mi imaginación me permitió.

La juventud, como para la mayoría, fue algo más intensa. Tal vez porque guardo muchos más recuerdos de ella.
La atracción por lo metafísico empezó entonces.
El orden me atraía.
El caos me distraía.
Pero, como dijo Baudelaire, La irregularidad, es decir, lo inesperado, la sorpresa o el estupor son elementos esenciales y característicos de la belleza. Mi vida era bella, pues.
Siempre quise escribir.
El conocimiento del pasado me Apasionaba.
Sobre todo en cuanto a los bienes materiales heredados de nuestros antiguos. Las piedras de las pirámides, las ermitas, de los puentes, de las cuevas, los pozos…su tacto, su energía, sus secretos. Ahí comprendí el concepto sensualidad.   
Lo que no conocía me Turbaba, siguiendo el Sapere Aude de Horacio o del concepto kantiano de la Ilustración.
Y así fui creciendo, apasionándome y perturbándome.
Y así fui creciendo, queriendo ser piedra.
Piedras, que a cada golpe se quiebran, pero siguen siendo fuertes.
            Piedras, frías, impenetrables; materia inerte, pero Viva.
Estudié jardinería. La Naturaleza te hace sentir vivo.
Estudié periodismo. El control de la información presente y la divulgación de la misma te hace sentir vivo también.
Trabajé en lugares bien distintos, permitiéndome desarrollar varias facetas, virtudes y defectos.
Retomé los estudios. Las Humanidades también me hicieron sentir viva, esta vez más que nunca.

La primera madurez actuó en mí como en quien siempre había admirado.
Fui luchadora, (por fin) sin violencia, por conseguir lo que quería.
Estudié mucho.
Vi ángeles, los conocí.
Muchos humanos que más que humanos eran corazones andantes.
Pero los demonios seguían ahí.
Quise escapar de ellos.
Y viajé, sin parar.
Trabajé allí donde fui. Ganaba suficiente dinero para vivir bien y para viajar de nuevo.

La segunda madurez fue un vuelco.
A pesar de que nunca creí que hubiese un lugar para cada persona, encontré un terreno, aislado.
            En un país sin nombre, donde las sombras son amigas.
En un estado sin nombre, donde las flores son tus cómplices.
En un espacio sin nombre, donde las hojas secas (que no muertas) te marcan el compás al que obedecer mientras paseas.
Allí materialicé mis sueños.
El silencio de las montañas me rescató del olvido de mi misma en pro de una dedicación total al conocimiento.
Quise conocerlo todo.
Fabriqué mis propias necesidades. Conviví con mi huerto, (“mis”) animales y MI bosque.
Viví, como Zarathustra, en un mundo ajeno, sin leyes ni censuras, sin más pretensión que alejarme de lo artificial, de lo impuesto.
Pero, a diferencia de él, nunca regresé a la civilización.
La meditación me condujo al moksha hindú o nirvana budista.
Y decidí pasear hasta la gruta más cercana.
Y probé volar.
Físicamente no lo conseguí. Espiritualmente sí.


1 comentario:

Judit Rius Camprubí dijo...

al final, lo único que cuenta, lo único que vale, es cómo cada unx se ve a sí mismx.